Cualquiera que lea sobre medios de comunicación podría suponer que existen, al menos, dos facciones en el periodismo: una que rechaza cualquier cambio en el método clásico de elaboración de la información; y otra que desea justamente lo contrario: acabar hasta con el último resquicio del periodismo tradicional y reinventarlo desde cero.
¿La conservadora y la rupturista? Llámenlas como quieran, pero hay algún otro adjetivo que podría aplicarse a ambas, simultáneamente. Por ejemplo, irresponsables.
Irresponsables los primeros, por negar los avances tecnológicos que puedan mejorar el modo en que la información se hace y se distribuye a la sociedad. La misma tecnología que trajo, entre otras cosas, la imprenta a la que se aferran y de la que también renegaron los sectores más reaccionarios de la sociedad de hace seis siglos.
E irresponsables los segundos, por pretender que el periodismo es un pasatiempo y no un oficio que necesita mucho tiempo, dedicación y recursos. Tirar por el desagüe todo el bagaje conseguido por la prensa en su historia, sólo por darse un baño de pseudomodernidad, parece del género bobo.
En resumidas cuentas, los unos reniegan de herramientas poderosísimas para investigar mejor, y los otros reniegan de un oficio poderosísimo que les permitiría investigar mejor. ¿Adivinan quiénes aplauden y jalean a ambos bandos? Sí, precisamente, quienes deberían ser objeto de investigación. Tienen que estar partidos de risa con este asunto.
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